
Después del terremoto de 2010, una oleada de comerciantes chinos comenzaron a instalarse en uno de los sectores de mayor actividad comercial de Santiago. Una tendencia que ya no para, que está cambiando la fisonomía del barrio y que, en opinión de especialistas, está cimentando los primeros aprontes del primer Chinatown local, al estilo de las grandes urbes del mundo.
Lou Long camina con pasos cortos y audaces por la calle. Con habilidad, la mujer de unos 50 años arrastra su carrito atestado de paquetes. Cruza entre medio de los taxis. Esquiva peatones con bolsas repletas de regalos y se detiene al lado de una importadora. Con la cabeza gacha, el pelo tomado y ademanes tímidos, apenas asoma la nariz dentro de la tienda y grita palabras en chino hacia dos vendedores, también orientales.
Los aludidos salen al compás, por los pasillos del local, como si fueran parte de una coreografía y recibieran una orden. Lou saca rápido las bolsas que transporta y ofrece ensaladas y pequeños envases con arroz caliente que lanzan bocanadas de vapor en la fría mañana después de la lluvia. Luego, intercambian un diálogo breve, billetes, monedas, movimientos de cabeza y rápidamente vuelven al negocio. Lou sonríe con la mirada perdida y reanuda la marcha hasta llegar a otra importadora, tres locales hacia el poniente.
Frente a la vendedora, un joven chino, vestido con una polera de estilo turístico que dice "Chile", con letras pintadas en colores patrios, pasa en su bicicleta y saluda a otro oriental con dos sílabas. Hablan con la misma entonación de Lou y sus clientes. Al frente, una mujer mayor de ojos rasgados, mira la escena sin mayor atención. Acomoda un letrero de cartón con ideogramas y un número telefónico en su pequeña vitrina. Otro hombre, de aspecto asiático, sale con parsimonia de su tienda y cruza los brazos, a la espera de clientes.
Todo sucede casi simultáneamente, en la misma cuadra y en menos de cinco minutos. No es una escena del Mercado de la Seda en Beijing. Son situaciones cotidianas de un jueves cualquiera, en la esquina de las calles San Alfonso y Grajales.
Es el corazón del Barrio Meiggs de Santiago.
El sector, reconocido por su carácter de epicentro comercial de las "gangas" en la capital, vive por estos días una transformación silenciosa y persistente. Una que comenzó poco después del terremoto.
Según un estudio realizado por la consultora AGS Visión Inmobiliaria, los microempresarios chinos comenzaron a apropiarse de los terrenos disponibles que desnudaron las viviendas destruidas o seriamente dañadas. "Algunas eran casas antiguas de adobe que quedaron inutilizadas y fueron compradas por comerciantes chinos que las habilitaron como exportadoras y bodegas. Ellos son los pioneros de un sector que se está perfilando como el primer Chinatown de Santiago", explica Esteban González, autor del análisis inmobiliario, que identificó más de 35 proyectos nuevos construidos, sumando 160 mil m {+2} . Al menos la mitad es propiedad de empresarios del gigante asiático.
Tony Wang, dueño de una exportadora ubicada en Sazié, es uno de ellos.
-Yo me instalé aquí porque es un barrio que crece, y las ventas están bien. Además vivo acá cerca y hay muchos chinos que valoran la ubicación.
Su opinión la comparte "José" Chang, un comerciante que se vino de China a mediados de los 90 y optó por castellanizar su primer nombre.
-En Chile se vende bien, hay trabajo y muchos han venido buscando una oportunidad-, cuenta con un característico acento de vocales cerradas y cargado de "eles".
Alcaldes interesados
La invasión amarilla no ha extinguido aún la esencia clásica del barrio. Por las a ratos caóticas calles que flanquean por la izquierda el edificio de la Estación Central abundan los concurridos negocios de empresarios locales con llamativas ofertas, junto a vendedores que vocean liquidaciones, comerciantes ambulantes que pelean por un m2 en medio del ajetreo y compradores que caminan confundidos entre tanta información.
Bocinazos, ladridos, reggaetón a todo volumen y, en medio de todo, varios diálogos chinos que se han convertido en una "música" cada vez más recurrente, coronan la escena.
-Una no entiende nada lo que dicen, pero han ayudado que haya mejores precios y más variedad. Le han hecho bien al sector. En el mall chino, por ejemplo, hay de todo y barato", opina Sonia Escobar, una compradora que se define "habitual" de Meiggs.
Es esta realidad la que ha planteado abiertamente la posibilidad de consolidar al sector como un verdadero barrio chino, al estilo de los que existen en urbes como Nueva York, Londres o Sydney.
-Eso tomará un tiempo. Aquí hay una oportunidad turística y cultural interesante que podría ser aprovechada por las municipalidades de Santiago y Estación Central para crear paseos peatonales seguros, con estacionamientos y áreas de carga y descarga", propone González.
Con él coincide el sociólogo y urbanista de la UC Francisco Sabatini. "Es altamente probable que se desarrolle ahí un ciclo inmobiliario que eleve el valor del sector. Se puede dar un proceso de gentrificación y un polo interesante", estima.
La alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, afirma que a partir de esta realidad, se puede trabajar un plan maestro para la zona, a partir de lo que decidan los vecinos del barrio. "Esto requiere ser tratado con los actores del entorno, como el barrio universitario y otros. Es ideal que la comunidad lo sienta como un proyecto propio y no lo considere como una acción disruptiva del sector".
Su par de Estación Central, Rodrigo Delgado, también recoge el guante: "Se necesita un gran proyecto, que podemos consolidar con Santiago, como los barrios chinos de las grandes capitales del mundo, con locales gastronómicos e hitos que permitan identificar mejor una cultura".
Los empresarios chinos aplauden la idea. Dicen que ya han hecho lo suyo al construir el mall chino y organizar una agrupación gremial de empresarios. "Con paciencia esto será como estar en China", adelanta Wong, antes de sonreír y excusarse para seguir trabajando. Mientras se aleja, Lou Long vuelve con su carrito casi vacío y un bus del Transantiago recuerda que la escena sucedió en la ciudad de siempre.